Época medieval


(Supuesto) Capítulo I

Caminábamos por aquellas calles llenas de tristeza y amargura, con el tiempo pasando a nuestra espalda sin apenas darnos cuenta. Nadie querría meterse en nuestras cabezas y saber lo que pensábamos. Los artesanos hacían irregulares objetos de barro mientras otros artistas movían sus títeres conduciéndolos por escenarios improvisados como si fuesen personas de verdad. Quizá si ambos fuésemos títeres y uno condujera al otro, sería mucho más fácil. O tal vez nunca lograríamos ponernos de acuerdo y querríamos cortar las cuerdas que nos unían.
Las calles se hacían cada vez más estrechas, y el bullicio iba disminuyendo poco a poco. Me hubiera gustado dar media vuelta e internarme de nuevo en aquel pequeño mundo de sombras y sonidos. Donde a nadie le importaba lo que miraras y pensaras, por el simple hecho de que no te prestaban ninguna atención. Solo eras un alma más, perdida en medio del caos.
Empezaba a pensar que era la única de los dos que no quería que nos separáramos; que lo que teníamos se acabara para siempre. Estábamos a punto de cruzar la calle cuando me miró a los ojos. Hacía mucho que no me miraba de aquella manera. Sabía lo que significaba. “No te vayas. No quiero que te alejes.” Espero que él entendiera también lo que había en mis ojos y supiera interpretarlo. “Creí que eras tú el que quería irse.” Una sonrisa empezó a curvar nuestros labios a la vez y comenzamos a correr. La ciudad, sus calles pequeñas y los pocos transeúntes que quedaban a esas horas de la madrugada iban quedándose atrás. Igual que nuestros problemas; parecía que se desvanecían más rápido conforme pasaba el tiempo. O, al menos, eso quería pensar yo.
Seguíamos corriendo sin rumbo fijo, simplemente escapando de todo. Intentando llegar a algún sitio en el que pudiéramos sentirnos seguros. A veces pensaba que esos lugares no existían más que en libros o canciones, pero entonces, él me hacía pensar que la naturaleza ponía las cosas donde estaban por alguna razón.
Llegamos a un descampado lleno de amapolas y otras flores que apenas podían verse por la poca luz que desprendía la luna aquella noche. Pero ambos sabíamos que estaban allí. Era nuestro sitio. Nos tumbamos en la tupida hierba y nos despertamos al día siguiente, con el sol poniéndose sobre nuestras cabezas.


 Continuará... (posiblemente)

No hay comentarios: